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Emigración colombiana

¿Alguna vez te has tenido la idea de irte del país a buscar nuevas oportunidades? Pues bien, en este capitulo de Colombia Migrante te contamos la historia de Lucía y Pedro, quienes se vieron obligados a abandonar su país, pero sin esperarlo, encontraron la mejor oportunidad de su vida.

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Esto sí fue un adiós

*Los nombres de los personajes fueron cambiados por su seguridad*

Cristián González se pone frente a la cámara, mira hacia arriba como tratando de atrapar una idea en su cabeza, es difícil saber con exactitud en que está pensando, puede ser en lo mucho que ha cambiado su vida en menos de un año o puede ser que no logra compilar todas las razones que lo llevaron a migrar lejos de su hogar. En un intento por organizar sus pensamientos, toma un respiro y se dispone a hablar, “mi papá, Alberto González, es abogado y se especializó en legalidad de minas, minas de esmeraldas, carbón, oro, se dedicó a ese trabajo durante casi treinta años. Obviamente algunas veces le tocaba trabajar en minas ubicadas en zonas roja donde había fuerte presencia de las FARC, entonces esos grupos ya lo conocían, ya sabían quién era él, que tenía plata y cosas así”, cuenta Cristián, haciendo el mejor esfuerzo por recordar cada detalle de la historia que le fue contada.

Para este joven de ahora 20 años es difícil recordar cada detalle con claridad; sin embargo, su padre nunca olvidará cuando volvía con toda su familia, incluido su hijo recién nacido, de su finca ubicada en Guasca, Cundinamarca, y divisó a lo lejos a varios hombres armados y uniformados, pasando por cada carro que se encontraba en la trocha al igual que él.

 

‒ ¿Usted es Alberto González? –‒Preguntó el hombre armado, acompañado de sus camaradas.

‒No, no, yo no soy –‒Respondieron las personas, al tiempo que mostraban su documento temblando del miedo.

‒Yo soy Alberto González –‒dijo este abogado, bajándose de su camioneta motivado por el miedo a que alguien más pudiera salir afectado.

‒Alberto, nos tiene que acompañar ‒se acercaron a él estos hombres y se lo llevaron

“La comida era horrible, no le echaban sal a nada, no dormí una sola noche completa de las que pasé en cautiverio, la cuestión de dormir en la tierra era bastante incomoda, pero no hubo maltrato físico por parte de la guerrilla”, dice Cristián, citando las mismas palabras con las que su padre cuenta su historia.

Después de varios días secuestrado y de reunir el saldo millonario que las FARC pedía por la libertad de Alberto, este abogado especializado en minas pudo volver a ver un rostro conocido, el del pastor de su iglesia, quien acudió a su rescate junto con su esposa e hijos, acompañados de la Cruz Roja, fuerzas militares y bomberos. “Desde ese hecho mi papá abandonó su especialidad y empezó a dedicarse un poco más a temas de familia, divorcios, separación de bienes, temas penales, todo lejos de las minas”, relata Cristián, quien veinte años después se encontraría cara a cara con el fantasma de la extorsión que alguna vez espantó a su padre; de ese día recuerda cada detalle.

“Ese año yo estaba estudiando y trabajando, salía de la universidad más o menos a las diez o diez y media de la noche, y un día, cuando estaba en la parada del bus, llegaron unos tipos en una moto y me dijeron:

‒Venga, ¿usted es el hijo de Alberto González?

‒Sí, soy yo ‒Respondí

‒Ah bueno, dígale a su papá que conteste el teléfono ‒Dijeron y se fueron.

"Yo quedé en shock y llamé a uno de mis compañeros a que me acompañara a coger el bus, cuando llegué a mi casa, no le conté a mi mamá, porque ella es muy nerviosa por lo que pasó años atrás, pero sí le conté a mi papá”, cuenta Cristián.

Pasaron solo algunas semanas desde que Cristián comentó este episodio aterrador hasta cuando escuchó una conversación entre su padre y su hermana, quien vivía en Estados Unidos hace tres años, que de verdad le heló los huesos.

‒Sí, hija, como te comenté, decidimos acogernos al plan del asilo, ya en unos días vamos para allá ‒Decía Alberto.

Cristián no pudo oír la contestación de su hermana al otro lado de la línea, en realidad no podía oír nada en absoluto, el shock se apoderó nuevamente de él, claro que le entusiasmaba la idea de volver a ver su hermana, lo que daba vueltas en su cabeza era la palabra “asilo”.

Desde la firma de los acuerdos de paz en el año 2016, la JEP (Jurisdicción Especial Para la Paz) se ha encargado no solo de investigar y juzgar los crímenes cometidos por los miembros de las FARC, también hace parte de sus tareas indemnizar a la víctimas del conflicto.

 

Como parte de la indemnización, se ofrece a algunos afectados la posibilidad de migrar a otro país, principalmente Francia y Estados Unidos, bajo la condición de asilo político. “Mi papá, al haber estado secuestrado, pasó la solicitud para acreditarse como víctima de esta guerrilla y nos concedieron el asilo en Estados Unidos”, indica Cristián, quien para la fecha no tenía otra opción, los tiquetes ya estaban comprados y no quedaba más por hacer que aceptar la idea: debía abandonar la vida que recién había comenzado a construir en Colombia, su novia, sus amigos, su trabajo, su carrera, su tierra, abandonarla para siempre.

De acuerdo con la ACNUR USA, también conocida como La Agencia de la ONU para los Refugiados, el asilo es “un derecho contemplado en la Declaración de los Derechos Humanos y establece que toda persona puede buscar residencia y protección fuera de su país de origen, al huir de un conflicto o de una persecución que coloca su vida en peligro”. Migrar bajo condición de asilado tiene varias exigencias, quizás la más dura, para Cristián, quien desde mayo de este año hace parte de los casi dos millones de migrantes solicitantes de asilo que anualmente acoge Estados Unidos, es que bajo ninguna circunstancia puede volver a vivir en su país de origen.

“A veces es muy duro, extraño todo, hay días en los que me da como la depresión y le digo a mi novia que con el dinero que estoy ganando aquí, ahorro y me devuelvo, pero la cosa no es tan fácil porque le jodo los papeles a mis papás”, cuenta con un gesto de amargura en su rostro, pues otro de los deberes que tienen como asilados es estar renovando papeles constantemente hasta que se puedan hacer a una Green Card y posteriormente a la residencia permanente. Daniel rescata varias cosas de Estados Unidos y su gobierno: “el poder adquisitivo acá es muy amplio, eso sí, como extranjero tienes que estar dispuesto a hacer el trabajo que nadie quiere hacer, pero se gana muy bien y además de eso, por nuestra condición el gobiernos nos deposita el 15% de lo que ganamos en el año, a mí me estarían depositando como 6000 dólares al año, menos impuestos, son 4.500 dólares que uno se gana por no hacer nada, esa es como una de las ventajas” -pareciera que trata de convencerse asimismo de que no todo es malo; sin embargo, hay una cosa de la que es difícil hacerse consciente y que no parece mejorar con el tiempo, y es aceptar la idea de que este capítulo de su vida no fue un hasta luego, esta vez fue un adiós-.

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